Tras un largo período en el que el debate arquitectónico y urbano se centró en la retórica de las grandes ciudades y de su extensión ilimitada en su condición de ciudad difusa, la atención se ha vuelto a focalizar sobre la relación ciudad-territorio, áreas rurales y naturales.
En la edición de 2018, invitados al Pabellón Italia de la Bienal de Arquitectura de Venecia, “Arcipelago Italia”, investigamos sobre las áreas internas, territorios invisibles con grandes posibilidades de dar impulso a nuevas formas de habitar. Se mostraba así un enorme potencial que había quedado oculto tras la fascinación de las grandes ciudades. Subrayando esta nueva sensibilidad, la exposición Countryside, The Future (Koolhaas, OMA), inaugurada en febrero de 2020 en el Museo Guggenheim, muestra las últimas investigaciones sobre los territorios rurales, desérticos, abandonados, etc., que no en vano constituyen el 98% de la superficie terrestre. El panorama urbanístico, por tanto, parece acusar un giro hacia un nuevo paradigma territorial en busca de equilibrios entre las áreas metropolitanas y los paisajes rurales.
En las últimas décadas se vislumbraba un debate apasionante sobre la incidencia de la tecnología en la potenciación de nuevas espacialidades que permitían deslocalizar los ámbitos de centralidad laboral a través de nuevos modos de comunicación, las cuestiones derivadas de la superpoblación y el hacinamiento migratorio o la sombra alargada del cambio climático que exigía una seria reflexión sobre la evolución urbana.
Recientes políticas intentan humanizar las grandes metrópolis, bien a través de planes estratégicos destinados a potenciar el sentido de comunidad (commons), reduciendo la movilidad promoviendo una ciudad como sistema de áreas polifuncionales autónomas (“La ciudad de los 15 minutos”).
La eclosión imprevista de la pandemia actual ha puesto de relieve la necesidad de espacios a escala humana que permitan una necesaria relación del habitante con la naturaleza. Las consecuencias del confinamiento han permitido tomar conciencia de la dimensión hostil de muchos de los espacios urbanos en los que el ciudadano se ha visto enclaustrado en su propia jaula urbana. No es un fenómeno nuevo, pero la paralización de la actividad ha permitido tener el tiempo suficiente para tomar conciencia de ello. La salud y los cuidados se han convertido en la actualidad en factores innegociables en los nuevos modelos del habitar. En este sentido, se ha desarrollado un deseo de recuperar una naturaleza perdida, deseo frustrado que ya fue manifestado esporádicamente a finales de los años sesenta por la generación del 68 en el que la naturaleza se manifestaba con una dimensión antagónica al triunfo de la sociedad urbana.
Sin embargo, incardinado dentro de una sensibilidad territorial, parece el momento de poner en valor muchos de los edificios e infraestructuras abandonadas que salpican muchos de los territorios europeos. Estaciones ferroviarias, puertos, faros, fábricas, silos, antiguos cuarteles etc., constituyen piezas que lejos de considerarse residuos de la sociedad industrial, contienen infinitas posibilidades para ensayar nuevas formas de relación y de producción. Las nuevas tecnologías y los nuevos modos de emprendimiento y otras formas alternativas de habitar deberán dar una respuesta a la activación de estos territorios rurales que lejos de constituir un problema, bien podrían entenderse como una solución, promoviendo nuevas formas de trabajo, de educación y garantizando esa débil relación entre ciudad y territorio.