Gravalosdimonte han realizado la rehabilitación de un edificio histórico situado en el centro de Sevilla para uso hotelero , El caminante del agua.
Cuando Torcuato Alcázar Minguillón, marino y militar de la flota española, escribió sus memorias, nadie reparó en el pasaje en el que relataba cómo en su niñez, junto con su hermana y dos de sus primos, exploraban la casa patio de la Calle San Roque. Esta antigua posada, permaneció muy activa hasta 1834, momento en que el propietario tuvo que abandonarlo para partir hacia las guerras carlistas. En dicho pasaje, Torcuato Alcázar rememoraba la misteriosa casa en la que entonces jugaban y que, según describía, había servido de alojamiento de viajeros que venían de mundos lejanos y exóticos. Allí, sentados en el patio, se congregaban numerosos curiosos alrededor del riad para escuchar las aventuras y andanzas que tanto caminantes como mercaderes de la Sociedad Mercantil Hispalense relataban a lo largo de las tardes y que continuaban en la azotea durante las largas noches de verano bajo el cielo de Sevilla. Entre todos esos personajes, el autor hacía referencia a la figura de Don Manuel Vizcaíno, más conocido como “el caminante del agua”, cuya presencia siempre era esperada al final de la campaña de la seda y que cada año llegaba cargado de historias y de paisajes inimaginables. A pesar de la desaparición de esas memorias, perdidas en el incendio del Archivo de Indias de 1924, Carmen Minguillón, nieta de Don Torcuato, no pudo olvidar la presencia de aquella casa enigmática en la que había discurrido la infancia de su abuelo. Todo quedó recogido en su diario, en pliego correspondiente al día 7 de mayo de 1925 y conservado actualmente en los Anales de la Casa de la Seda.
Años más tarde, a mediados de los años sesenta, cuando se iniciaron las obras para la rehabilitación de la casa de la c/ San Roque, apareció entre un falso muro de la bodega una botella sellada que contenía una carta en su interior. Se trataba de un manuscrito firmado por M. V. , sin duda alguna, “el caminante del agua”, quien, por el motivo que fuere, intuía que iba a ser la última vez que volvería a Sevilla. Allí, como si una carta de despedida se tratara, dejó escrito su último legado, en el que rememoraba la posibilidad que la casa del riad le había dado para poder relatar todo aquello que la vida le había permitido conocer. Acababa haciendo una oda al agua, el agua de la navegación y la de su descanso, describiendo tanto su borboteo al caer del riad como las grandes tinajas que se disponían en la azotea en las que se sumergía durante largas horas. Allí emprendía su descanso y con los ojos cerrados, viajaba de nuevo a otros mundos, esta vez por los territorios de la imaginación. “Imaginar el paraíso desde el mismo paraíso” -relataba el autor. “El agua permite soñar” -concluía más adelante-, “y, la gente que sueña lo mismo, acaba caminando junta”.
Si usted, querido lector o afortunado huésped, tiene la ocasión de disfrutar del riad, no olvide imaginar todas aquellas historias que han dado forma a este lugar que, como la vida misma, se entreteje a través de narraciones, viajes y deseos.
Nacho Grávalos Lacambra
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