la teoría de la deriva
(artículo que publicamos en “Artes y Letras” de Heraldo de Aragón el 16 de febrero de 2012)
El situacionismo surgió a finales de los años 50 en el marco de la Internacional Situacionista y mantuvo su actividad hasta su autodisolución en 1972. Estuvo formado por un grupo heterogéneo de pensadores y artistas revolucionarios, aglutinados entorno a Guy Debord, inicialmente herederos del surrealismo y que fue transformándose y disolviéndose en diferentes movimientos tras tormentosas discusiones a lo largo de esos años. Tuvo una gran implicación política, constituyendo una de las referencias ideológicas de los movimientos parisinos de mayo del 68, en busca de alternativas al sistema capitalista y de la llamada “sociedad del espectáculo”.
El pensamiento situacionista fue una reacción contra un mundo encorsetado, contra la ciudad reglada y aburrida, combativo con lo que se consideró un modelo social enquistado. Bajo la perspectiva actual podríamos decir que se trató de un largo y profundo sueño que ofreció una oportunidad para reflexionar sobre la política, el arte y la ciudad, un sueño que enseñó a mirar el paisaje urbano, investigando nuevos modelos espaciales y comportamientos sociales, resultando como un soplo de aire fresco para una generación deseosa de un mundo diferente. Surgió una manera de pensar completamente inédita en una sociedad que abandonaba sus certezas y se desprendía de su antigua piel.
Fue entonces cuando se empezaron a buscar alternativas de vivir la ciudad, proponiendo una actitud inconformista con la experiencia urbana, un “deambular por los laberintos del espacio urbano en busca de deseos subversivos”. Se pusieron en valor conceptos como el vagabundeo, el paseo, lo cotidiano, la sorpresa, el juego y lo espontáneo.
En este contexto, nació la teoría de la deriva, propuesta por Guy Debord en 1958, “una técnica de tránsito fugaz a través de ambientes cambiantes”, una de sus aportaciones más sugerentes, como un llamamiento a vagar, trazando recorridos psicológicos según las diversas experiencias urbanas. Se rechazaron las actitudes predeterminadas por condicionantes económicos y utilitarios frente al “dejarse llevar” por la ciudad atravesando diversas atmósferas y microclimas. Era una exaltación del hombre poroso, receptivo e inquieto, en el que importaba más el viajar que el llegar.
A la vista de los situacionistas, las zonas marginadas de la ciudad pasaron a ser los escenarios perfectos para la aventura, para vagar y lanzarse durante días y noches enteras a la deriva. Una serie de conexiones con el surrealismo les hacía estar atentos a los detalles, a las lecturas inconscientes de los espacios que les posibilitaba otra visión de la ciudad, lúdica y emocionante, que les inducía a conductas inesperadas y les ensanchaba el mundo bajo la “soberanía de la sorpresa y el deseo”. Se propuso la apropiación de espacios, transformados por medio de la imaginación, creando una geografía invisible construida sobre algo tan íntimo como los recuerdos y las obsesiones personales. Frecuentemente pusieron en escena sus emociones a través de los happenings, introduciendo la sorpresa y la provocación en la vida cotidiana y en el espacio público.
Se propuso una división de la ciudad nada habitual, que se zonificaba según las diversas atmósferas psíquicas. Se entendió la desorientación del hombre como un valor, rechazando a priori la concepción de un centro (“No hay un centro, sino un número infinito de centros en movimiento”).
En este sentido, lanzaron el concepto de “psicogeografía”, experimentando el comportamiento humano frente al espacio urbano, creando un sistema de zonas unidas por flechas o vectores de deseo. Paralelamente, Bretón propuso un mapa imaginario de la ciudad según los lugares que nos gusta frecuentar o por el contrario evitar, las zonas de atracción y repulsión, con sus respectivos gradientes de transición, flujos y remolinos. Se ponía en conexión la experiencia real y la onírica. “La vida es una ficción que se esconde tras la realidad de los sueños” (Fritzcarraldo). Era por tanto, un estudio de las reacciones emocionales a través de la experiencia urbana. En definitiva, fue un intento de crear espacios capaces de generar situaciones, entendiendo que la relación entre la ciudad y el deseo iban a configurar el nuevo espacio urbano contemporáneo.
El situacionismo fue el inicio de un mundo que se apagó repentinamente, como el de su creador, Guy Debord, de un tiro en el corazón.
Ignacio Grávalos